Hemos concluido que, aspecto, es lo que mostramos de
nosotros al otro. Pero también es lo que nos mostramos a nosotros mismos. Ver
“El aspecto como herramienta de mejora personal”. El aspecto, en muchas
ocasiones, se relaciona con la apariencia. Dice el diccionario de la
apariencia:
- Manera de aparecer o presentarse a la vista o al
entendimiento una persona o cosa.
- Característica o conjunto de características que parece
poseer una persona o cosa y que realmente no tiene.
En este trabajo que nos ocupa vamos a ver la apariencia
desde esas dos vertientes:
1. Utilizar la apariencia para mostrar al otro algo que no
somos.
2. Interpretar el aspecto del otro de manera subjetiva y,
por tanto, condicionada. Lo que coloquialmente llamamos: “dejarnos llevar por
las apariencias”, o “es lo que parece”.
En ambos casos se da en nosotros una fuerte presencia de lo
que denominamos ego.
Vamos a decir que la apariencia es lo que mostramos al otro
de manera intencionada con el fin de ocultar lo que es. Mediante la apariencia
vamos mostrando al otro lo que más nos interesa, creando falsas realidades. De
esta manera vamos creando nuestra forma de ser en función de lo que esperan de
nosotros. Ocultamos nuestros verdaderos sentimientos y adaptamos nuestro
comportamiento a lo que interesa en el momento. Utilizando la apariencia nos
volvemos manipuladores de la realidad. Además existe el peligro de convertirnos
en mentirosos compulsivos. Esta es una forma de vivir ficticia, que con el
tiempo pasa factura.
El peligro reside en que mantener la apariencia nos obliga a
mantener una doble vida y para que sea posible, dejamos de hablar, de
comunicarnos con el otro, para no mostrar lo falso de la realidad que hemos
creado. Poco a poco vamos perdiendo nuestra identidad. Supone un gran esfuerzo
y un gasto enorme de energía mantener las apariencias ya que necesitamos
mantener siempre la distancia necesaria para distinguir lo que actuamos, lo que
hacemos, y lo que realmente somos. No merece la pena.
Si para crear nuestra imagen confiamos en la observación de
nuestro aspecto e intentamos mejorarlo partiendo de lo que somos, no es
necesario caer en las comparaciones que provoca la competitividad. Esto suele
surgir cuando nos preguntamos si nuestra imagen y comportamiento responden a lo
que se espera de nosotros. Cuando debería regirse por lo que queremos, sentimos
o pensamos.
Cuando interpretamos de manera subjetiva el aspecto de otro,
su apariencia. Es posible que nos dejemos condicionar por nuestras creencias y
limitaciones, en muchos casos marcadas por el contexto social, la educación
recibida y las circunstancias. Uno de los peligros mayores es dejarse llevar
por el racismo, el sexo o la tradición. Así no conocemos nada del otro. Solo
podemos conocerlo de verdad comunicándonos con él.
Un objetivo importante para nosotros debería ser desterrar
las apariencias de nuestra vida.
De nuevo el observador debe identificar si un comportamiento
determinado corresponde a un rasgo nuestro, o al “montaje” de una apariencia.
En el último caso hemos de “encauzar” el comportarnos para no aparentar lo que
no somos, o para no interpretar lo que no debemos. El primer reto en no hacer
caso de las etiquetas que todos podemos llevar adosadas. No dejarnos llevar por
el parecer exterior del otro.
¿Cuántas veces he juzgado al otro por las apariencias?.
¿Cuántas veces aparento lo que realmente no soy?.
¿Cuántas veces he intentado comunicarme con el otro
venciendo las apariencias?.
Las apariencias pueden venir por el color de la piel, la
forma de vestir, la forma de hablar, el cargo social, el rango en la empresa,
el poder económico, etc. Hay muchas formas de sentirse limitado por las
apariencias.
¿Qué apariencias del otro me limitan?.
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