Las emociones se desencadenan
mediante la percepción de imágenes de acontecimientos u objetos que están
sucediendo en ese momento, o bien, al recordar eventos sucedidos en el pasado. ¿Cuantas
veces recordamos eventos pasados que nos provocan un estado emocional de
culpabilidad?. El “dolor” emocional de entonces se repite, y los pensamientos
asociados acuden para reforzar ese estado emocional que se acomoda en nosotros
por un tiempo y después se desvanece, hasta la próxima vez. Si estas emociones
se suceden con cierta frecuencia pueden llevarnos a un estado anímico basado en
esa emoción. ¿Podemos eliminar o reducir el poder de esas emociones?. Es muy
importante eliminar o, al menos, reducir aquellos estados emocionales que más
nos dañan y nos condicionan, esos que de vez en cuando se cuelan en nuestra
mente para darnos una paliza y después se van. También podemos utilizar este
ejercicio para modificar aquellas formas de expresar las emociones que nos conducen
a una manera de comportarnos no deseada.
Pasos del ejercicio:
1. dejar de alimentar a la emoción que consideramos negativa. Donde
ponemos nuestra atención va nuestra energía. Si ponemos la atención en un
pensamiento recurrente estaremos alimentando su emoción asociada. Si el
pensamiento es desgastante o la emoción la consideramos negativa lo primero que
debemos hacer es dejar de alimentarlos, no prestarles atención.
a)
Comenzaremos a escuchar, siempre que podamos, lo que
nos dicen nuestros pensamientos. Pondremos especial atención al patrón de
comportamiento de los pensamientos desgastantes recurrentes, esos que parecen
incansables. El ejercicio deberíamos continuarlo hasta que seamos capaces de
“darnos cuenta” de que el pensamiento está sucediendo y nosotros lo observamos,
sin participar ni juzgarlo, solo lo observamos.
b)
Prestar toda nuestra atención a lo que hacemos ahora,
en este momento. Si vamos andando nos fijaremos en cómo movemos las piernas,
cómo respiramos, que hay a nuestro lado, lo que hay delante, lo que está
quieto, lo que se mueve. En definitiva toda nuestra atención estará puesta en
el hecho de andar, sin pensar en nada. Observaremos que estos dos ejercicios
“crean” momentos de silencio interior. Ya no estamos conectados a nuestra mente,
toda nuestra atención está en el ahora. Cada vez que establecemos momentos de
consciencia plena del ahora, establecemos conexiones con el ser. Tomamos
consciencia de ser.
2. observar la emoción. Si llega la “emoción”, ese pellizco en la
boca del estómago que duele, paramos nuestros pensamientos y concentramos
nuestra atención en ese dolor, en la sensación física que nos produce la
emoción. La observamos unos minutos para “sentirla bien”, no permitiremos que
se convierta en pensamiento y no la juzgaremos ni analizaremos y no
conversaremos con ella. Solo vamos a estar presentes observándola. Después
hacemos unas respiraciones rítmicas, para, según la observamos, dejar que se
vaya el dolor. Después analizamos que es lo que realmente ha ocurrido. Si
hacemos esto a rajatabla, comprobaremos que los envites de esa emoción son cada
vez más débiles.
3. aceptar la realidad. En todos los casos los pensamientos hacen
una interpretación de la realidad, una valoración subjetiva. Tendemos a pensar
que somos lo que nuestros pensamientos dicen que somos, y, a veces, los
pensamientos no están de acuerdo con lo que realmente es. Hay que ver las cosas
sin resistencias y sin los condicionantes de la lucha interior. Hay que aceptar
la realidad tal como es.
4. inventar la realidad. Nosotros podemos vivir la realidad que
deseamos. Para fabricarla basta con visualizar como queremos que sea y traer
junto a la escena visualizada el sentimiento asociado que queremos que tenga, y
repetirlo una y otra vez, igual que hacemos con todas las realidades que
vivimos. La diferencia es que la realidad ordinaria se va creando de manera
inconsciente, sin darnos cuenta, y ésta la creamos de manera consciente.
5. hacer una caminata diaria de una hora, más o menos. En esta
caminata intentaremos andar erguidos, con la cabeza alta y mirando al
horizonte, se trata de percibir todo lo que nos rodea, sin pensar en nada. El
paso debe estar acompasado con la respiración, debe notarse armonía, no importa
lo deprisa que se ande, importa que el ritmo que se establece se sienta natural
y no signifique un esfuerzo. Ayuda concentrar nuestra atención en la línea de
horizonte, tratando de ver al mismo tiempo lo que está a nuestra derecha, lo
que está a nuestra izquierda, lo que está encima de nuestra cabeza y lo que
está a nuestros pies. Podemos comprobar que si andamos así no podemos pensar.
6. prestar atención a nuestras posturas y movimientos, comprobar si
tenemos contracturas emocionales. Las emociones pueden mantener “ordenes”
musculares que terminan en contracturas y se convierte en estrés físico.
7. aprender a sentarse de una manera correcta, moverse de una
manera adecuada y hablar manteniendo la cabeza en una posición equilibrada
tiene repercusiones no sólo en cómo uno se siente, sino también en el nivel de
claridad mental.
8. observar los cambios en nuestra respiración, éstos nos informan
del nivel de armonía en el que se encuentra nuestro cuerpo, y si se produce
algún cambio mental y emocional. La respiración rítmica completa es el paso más
directo, rápido y eficiente para acceder de nuevo a un estado de equilibrio.
9. masticar despacio, muy despacio. Si observamos nuestro estado,
nos daremos cuenta de que en el momento de comer mantenemos la frecuencia de
nuestras ondas electromagnéticas en un nivel alto. Vulgarmente decimos “estoy
acelerado”. Con una masticación lenta rebajamos la “ansiedad” que puede ser
“habitual” en nosotros. Puede ser el indicio de un estrés crónico. Digamos que
estamos “educando” al cuerpo. Estamos “frenando” el bucle “adictivo” que se
establece entre el cuerpo y el cerebro y que facilita el hábito de vivir en un
estado de cierta ansiedad.
Pongamos un ejemplo. Un hombre
siente un acceso de dolor emocional cada vez que recuerda la escena en la que
humilló a su mujer ante los amigos. Recreó la situación en la que su padre
humilló a su madre delante de sus familiares, él tenía ocho años. Ahora se
siente culpable porque desde aquel momento nota un alejamiento de ella, echa de
menos sus caricias, y sus miradas de complicidad. Sabe que ella no ha superado
aquella humillación, y el se da cuenta de que la ama mucho más de lo que
pensaba.
Este hombre realiza los tres
primeros pasos recordando una escena con su esposa, es la escena que más le
duele. En el cuarto paso recuerda la escena, ya no siente el dolor, pero si
persiste la tristeza y la soledad. Entonces comienza a modificar lo que ve,
visualiza lo que quiere ver, y comienza a sentir amor por su esposa, trae el
sentimiento, se lo dice con palabras, mentalmente. Nota como la emoción del
amor comienza a situarse donde siempre debió estar. Este ejercicio se repite
hasta sentir la alegría de amar. Cuando hace el ejercicio con su padre, mira la
escena y comienza a sentir compasión por su padre y por él, hasta que siente
amor.
En todos los casos, mientras
observamos la emoción, analizaremos nuestro comportamiento en el suceso que
recordamos, con la intención de descubrir las actuaciones que tuvimos
determinadas por nuestro ego. Esas actuaciones tenemos que verlas con claridad
y modificar nuestro comportamiento. Debemos aprovechar estos episodios de
silencio y reflexión para comenzar a ver facetas de la realidad que antes se
escapaban, o que nuestro ego disfrazaba apoyándose en los pensamientos. Es muy
frecuente que culpemos al otro de todo lo que nos pasa, cuando en realidad
estamos “ocultando” un comportamiento dictado por el ego.
Si los pensamientos son tan
fuertes que han creado su propia historia, y además los creemos a pies
juntillas, tendremos que hacer un ejercicio de identificación de la verdad. Tendremos
que descubrir qué pensamiento específico provoca la reacción emocional.
Mientras mantenemos la escena en
nuestra pantalla mental vamos a contestar algunas preguntas. Las preguntas
tienen la virtud de poner la atención en aquello que realmente interesa. Lo
primero es averiguar si lo que piensas es cierto. ¿Has comprobado realmente que
es cierto lo que piensas?. ¿Cómo es tu vida cuando no tienes este pensamiento?.
¿Qué tiene que ver ese pensamiento con tu realidad de ahora?. ¿Lo que piensas
es justo?, debes sentir la respuesta, no se trata de juzgar o justificar nada,
solo de sentir. ¿Qué emoción se manifiesta?. ¿Está implicado tu ego?. Solo
conociendo la verdad más profunda podemos iniciar la aceptación que cura.
¿Qué pensamiento me viene y me
produce el dolor?.
¿Estoy convencido de que lo que
pienso es verdad?.
¿Cómo sería mi vida si no tuviera
ese pensamiento?.
¿He hecho autocrítica?.
¿Qué oportunidades me brinda lo
que me está ocurriendo?.
¿Qué decisiones he tomado?.
¿Por qué traigo cosas del pasado
a mi vida actual?.
Estamos tratando de establecer un
equilibrio emocional donde no existía. Estos ejercicios, si los realizamos con
todos los estados emocionales que nos dañan, nos permiten ahorrar mucha
energía. ¿Cómo canalizamos esa energía?, ¿hacia donde la reconducimos?.
La energía ahorrada, cuando no
tenemos consciencia de ese excedente, la malgastamos. Nos sentimos eufóricos y
con “más ganas” de hacer cosas y nos vale cualquier excusa para gastarla
enseguida, trasnochamos, aumentamos nuestra actividad sexual, discutimos o
reivindicamos causas perdidas. No sabemos que hacer con ella. Observemos esos
momentos y veremos que disponemos de energía extra. Esa energía excedente
tenemos que invertirla en tareas que nos ayuden a aumentar nuestro “almacén” de
energía y canalizarla hacia tareas de cambio.
Con esta tanda de ejercicios
sobre las emociones tratamos de alcanzar beneficios como:
-
conocer qué emociones nos dominan,
-
eliminar estados emocionales que nos dañan,
-
serenar nuestro comportamiento en situaciones extremas,
-
entender mejor a los demás,
-
escuchar de manera activa,
-
no juzgar precipitadamente,
-
no dejarse llevar por la importancia personal,
-
ser mejor persona,
-
alcanzar cotas altas de armonía.
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