Para reflexionar.
Hemos tratado la aceptación del
cambio como un aspecto que fortalece nuestra resiliencia.
El cambio es un
proceso. Es más, es el proceso principal de la vida. La mayoría de los cambios
suceden en nosotros sin que nos demos cuenta. Nuestro cuerpo está cambiando
constantemente, está tomando decisiones y modificando sus objetivos dependiendo
de las variables que constantemente le están llegando. Podemos tener
ahora una opinión y dentro de dos minutos otra diferente, sobre la misma cosa.
Alegrarnos de haber tomado una decisión y arrepentirnos inmediatamente de la
misma.
Uno de los aspectos más
importantes del cambio es que nos obliga a crear una nueva variante de nuestra
realidad. En cada presente
hay implícito un cambio. El cambio es una constante de la vida.
Tomar consciencia de la
importancia de aceptar los cambios y enfocar nuestras acciones para adaptarnos
lo mejor posible a ellos, es disponer de una resiliencia fuerte. Cuando nos referimos a la resiliencia
tratamos de verla como la capacidad de enfrentarnos a situaciones límite y
sobreponernos al dolor emocional para continuar con nuestra vida.
Si trascendemos de
eso y vemos a la resiliencia como la capacidad de adaptación de todos y cada
uno de nuestros cambios a la “nueva realidad” (el hecho real del resultado del
cambio) podemos observar que se transforma en una forma de ser. Nuestra
resiliencia es parte de la esencia de nuestra forma de ser. Todos tenemos una resiliencia diferente y podemos
fortalecerla o debilitarla, y eso solamente depende de nosotros.
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